¿Cómo llegué a darme cuenta de que quería crecer y mejorar en el trabajo? ¿Y cómo está afectando esto a mi vida?
Dónde se supone que estaba mi sitio
Mi historia empieza con 17 años, cuando empecé a trabajar porque quería ganar mi propio dinero para poder pagarme mis caprichos y mis necesidades.
Desde entonces hasta ahora, se podría decir que he pasado por tres trabajos diferentes antes de llegar a la empresa donde estoy actualmente. Con 17 años me hice árbitro en la federación aragonesa de baloncesto. A los 18 empecé a trabajar en el Corte Inglés, compaginándolo a la vez con el arbitraje. Y cuando ya no me renovaron el contrato en este último, me metí al Decathlon, hasta que lo dejé para marcharme a la actual empresa en la que estoy trabajando.
Tanto en el Corte Inglés como en el Decathlon me dedicaba a hacer mi trabajo lo mejor posible y a intentar pasar desapercibido. No quería asumir más responsabilidad de la que tenía y, directamente, no quería destacar ni que ningún jefe se fijase en mí. Yo iba, hacía mi trabajo, me iba a casa al terminar mi jornada laboral (a veces un poco más tarde), y a final de mes cobraba.

¿Cuál es la mentalidad en el trabajo?
Lo cierto es que debido a mi educación mi intención siempre era ser trabajador, honrado, y eficaz, pero sin grandes aspiraciones. Los grandes puestos y los buenos trabajos eran para los demás. Incluso aunque estudiase mucho, mi probabilidad de llegar a tener un buen puesto en una buena empresa era prácticamente nula. Siempre tenía la sensación de que los demás lo hacían mejor que yo y que, si por lo que sea destacaba, además sería el blanco de todas las críticas y de una presión que no sabía si quería soportar.
No. El éxito no era para mí. Yo era un buen segundo. Un buen trabajador para sacar las cosas adelante y nada más. Y yo era feliz así. No aspiraba a nada más ni quería nada más. Pensaba que ese era mi sitio.
Pero donde empecé a abrir los ojos y a darme cuenta de que tenía limitaciones fue en mi trabajo de árbitro. ¿Qué es lo que pasaba en ese trabajo que no pasaba en los demás?
Pues en su momento no me di cuenta, pero más adelante creo que por fin hallé la respuesta a esa pregunta: como árbitro tenía éxito, me iba bien, y por tanto, cada vez tenía más responsabilidades en los partidos y me tocaba arbitrar categorías de más nivel.
Yo no me daba cuenta de todo eso. Lo cierto, es que cuando empecé en el mundillo me apasionaba, me lo pasaba genial, y arbitraba todos los partidos que me fuesen posibles en un fin de semana. Disfrutaba con lo que hacía y encima ganaba dinero, ¡¿qué más podía pedir?!
Esa sensación de saber que había algo que me frenaba
Todo iba genial. Mi ascenso por las categorías era muy rápido y gozaba de la confianza de los jefes. Entonces, ¿por que lo dejé a los cuatro años?
Como ya he dicho, yo no me daba cuenta, pero según iba subiendo de categoría, en vez de disfrutar del premio que eso suponía, lo que hacía era meterme cada vez más presión porque tenía que dar la talla. Siempre había sido muy perfeccionista y me obsesionaba con que mis partidos fuesen bien, con que no hubiese ningún tipo de problema, y acabar contento conmigo mismo si lograba eso.
No sabía convivir con el error. Bueno, sabía convivir a medias. Como árbitro, lo primero que te enseñan es que te vas a equivocar, te enseñan que eso es inevitable, y te enseñan a lidiar con el error y a controlar a los jugadores cuando la has pifiado.
Eso se me daba muy bien. La verdad es que como árbitro tengo que decir que era muy bueno y tenía mucha proyección.
Sin embargo, y aun sabiendo que era bueno, que casi nunca tenía problemas en mis partidos, y que si los tenía sabía resolverlos, y sabiendo que gozaba de la confianza de mis jefes e incluso de los entrenadores que iba conociendo a lo largo de mi periplo arbitral, a pesar de todo eso, nunca me encontraba satisfecho.
La presión que me metía a mí mismo antes de cada fin de semana para que los partidos fuesen perfectos era brutal. Pero el problema es que no me daba cuenta. Empecé a obsesionarme y a dejar de disfrutar. Miraba las clasificaciones de los equipos para saber si iba a ser un partido reñido o no, o para saber si se jugaban algo. O me metía en los foros de la federación para ver si hablaban de mí.

La pesada carga que soportamos a veces…
Sin saberlo, me estaba tirando piedras sobre mí mismo. En vez de ir a los partidos a disfrutar, iba ya tenso. Me preocupaba por lo que podría pasar, es decir, que me preocupaba por cosas que ni si quiera habían pasado y que probablemente no iban a llegar a pasar porque tenía las herramientas para evitar que pasasen y, además, sabía cómo usarlas.
¿Entonces? ¿Por qué me metía esa presión sobre mí mismo? ¿Y por qué no me daba cuenta? Pues me metía toda esa presión porque tenía la sensación de que siempre tenía que contentar a todo el mundo. Tenía que hacerlo todo perfecto para evitar que nadie se enfadase y así poder pasar desapercibido, igual que pasaba desapercibido en el resto de trabajos.
¡Pero eso es imposible! ¡Es imposible contentar a todos!
Ya, pero lo descubrí demasiado tarde. No sabía convivir con el hecho de que hay cosas que escapan de mi control, y que no puedo hacer nada por evitarlo.
El caso es que cuando ya llevaba cuatro años arbitrando decidí dejarlo. Ya no iba a gusto a los partidos. Me entraba ansiedad hasta tal punto que, si tenía partido por la mañana, tan a penas desayunaba porque tenía un nudo en el estómago. No disfrutaba en absoluto, y aunque los partidos los seguía sacando adelante con un nivel de arbitraje excelente, lo cierto es cada vez quería arbitrar menos y cada vez estaba menos comprometido con la Federación y con mis compañeros.
Al final, siendo consciente de que ya no disfrutaba con lo que hacía aunque no supiese el por qué, decidí dejarlo. Además, coincidió con que en aquella época ya estaba estudiando y trabajando a la vez en otro lado y andaba bastante mal de tiempo. Aunque aun sigo pensando que eso era una excusa más para dejarlo, pero no el motivo principal.
¿Cuándo descubrí qué era lo que estaba frenándome?
Pues lo descubrí años más tarde, cuando en el que ahora es mi actual trabajo me presenté a una entrevista para un puesto especial que había salido y que iba a durar un par de meses. El puesto, por decirlo de alguna manera, era de ayudante del mánager, de soporte.
Tras la entrevista, y pensando que la había hecho bien, no me dieron el puesto a mí. Y el motivo fue, y cito palabras textuales: “porque tenía miedo a equivocarme”.
Eso para mí tuvo un efecto instantáneo. Vi la luz de repente. Por fin alguien le ponía palabras a lo que a mí me pasaba. ¡Por fin lo entendía todo! El miedo a equivocarme era lo que me había estado frenando hasta ahora. El miedo a equivocarme era lo que hacía que en mis anteriores trabajos no quisiera destacar, era por miedo a cagarla y ser objeto de críticas o incluso de despido. El miedo a equivocarme en algo era lo que hacía que fuese a los partidos tan agobiado y tenso, y era lo que al final acababa provocándome esa angustia y esa ansiedad que no me dejaba disfrutar. Y el miedo a equivocarme era lo que hacía que en mis primeras semanas de trabajo en la que ahora sigue siendo mi empresa, fuera nervioso a trabajar. Quería tenerlo todo controlado para no hacer nada mal, ¡pero es que eso es imposible!
He de decir que desde el principio, en la empresa en la que estoy ahora, ya me picó el gusanillo por querer crecer y evolucionar. Por eso me presenté a esa entrevista. Pero lo hice porque quería colaborar y ayudar, no porque quisiera destacar.

Empezar a crecer
Presentarme a esa entrevista fue uno de los mayores aciertos de mi vida. Y aunque, como ya he dicho, me presentase por motivos diferentes a los que me mueven ahora y a los que me deberían haber movido entonces, por pura carambola tal vez, di con la respuesta a lo que sabía que me había estado pasando hasta ahora pero que no había sabido identificar.
A partir de esa entrevista, hablé con mis manager para lograr focalizar aun más cuál era el origen de ese miedo a equivocarme, y poder empezar así a tratar el problema desde la raíz. A partir de ahí empece a buscar cuáles eran mis limitaciones para empezar a crecer de verdad.
Y de momento, he de decir que los resultados están siendo excelentes. No te preocupes, que los iré contando en este blog e iré transmitiendo las enseñanzas que voy adquiriendo.
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¿Y tú? Te has sentido identificado en algo de lo que has leído hasta ahora. ¿También sabes que hay algo que te frena? ¡Cuéntamelo en los comentarios!
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